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  • Writer's pictureCarlos Arroyo

Del otro lado de la barba.

I think we always hide in plain sight, right? You’re not doing this podcast for no fucking reason. I don’t do the work that I do for no reason, and Neil didn’t pick science fiction, fantasy, and Sandman for no reason. I think the course of my career and my work to find deep, passionate, unbridled connection with others belies my fear of being alone.

- Amanda Palmer



El texto de arriba es parte de una conversación entre Amanda Palmer y Tim Ferris. Y cuando escuché ese fragmento, detuve el podcast, tomé nota y me acordé de mis barbas. En un momento quedará claro por qué.


Me pareció sumamente profunda la apreciación de que estamos escondidos a plena vista en todo lo que hacemos. Ese entendimiento es comunmente lo que uno trabaja en terapia: uno va a encontrar las motivaciones escondidas (y no tanto) de nuestras decisiones, deseos, miedos y aspiraciones. Por qué decidimos estudiar lo que estudiamos, por qué vestimos como lo hacemos, por qué nos conmueven ciertos libros y películas, en fin, todo aspecto de nuestras vidas está vinculado a una causa subyacente. Y es labor de una vida, entenderlo, valorarlo y cambiarlo (si fuera necesario) o evolucionarlo.


La última vez que me rasuré fue en 2012. Es decir, la última vez que alguien vió mi rostro completo fue hace 9 años. Y por supuesto, no es ninguna casualidad. La barba es para mi mucho más que una decisión de gusto o estilo personal. Sin exagerar, la barba para mí es un símbolo de libertad, es un parteaguas en mi vida.


Siempre quise dejarme crecer la barba, pero durante buena parte de mi vida hacerlo estaba fuera de mi alcance. No por falta de ganas, o por falta de barba. Al contrario, en cierto sentido mis genes lo pedían a gritos: soy un individuo velludo y desde muy temprano en mi adolescencia el bigote y la barba hicieron su aparición. Tan pronto como esto sucedió, se me entegó una espuma de afeitar, un rastrillo Gillette y comenzó la batalla contra la mitad inferior de mi cara. Dejarme crecer la barba estaba prohibido, y como sucede normalmente con las prohibiciones sin sentido, eso sólo reforzaba mi deseo por tenerla.


Nunca comprendí bien la prohibición a dejarse crecer la barba dentro de los Testigos de Jehová. Lo cierto es que no hay razones muy claras, y es una de esas cosas que uno asimila y obedece. Se trata de un aspecto de cultura e identidad. Ahora bien, cabe hacer la precisión de que, a diferencia de otras prácticas prohibidas dentro de esta religión, la aversión a las barbas no lleva consigo una acción disciplinaria necesariamente. Pero sí es una señal muy visible de que no se están siguiendo las reglas, de que se están dando pasos fuera del huacal. Y en un grupo en el que la obediencia, la sumisión y la uniformidad son prioridad, salirse de las reglas - incluso una aparentemente pequeña como ésta - se interpreta como un desafío, una rebeldía.


Cuando salí de la religión comenzó un proceso (en buena medida aún continúa) de comprender quién soy, de redefinir mi identidad. Este es un camino por el que pasan todos aquellos que han vivido una transformación de vida de este tamaño. Y aunque es algo abrumador, a menudo doloroso y confuso, no es tan raro como uno pudiera pensar. Muchas personas están viviendo transformaciones tremendas en sus vidas todos los días, he buscado y conocido personalmente a muchos y muchas. El hecho de que compartan su viaje, sus conflictos, sus nuevas vidas me ha hecho sentir acompañado en el torbellino que es deconstruírse, redefinirse y encontrarse. En buena medida, por eso escribo esto.


La barba ha sido parte de mi búsqueda y de mi travesía. Ha sido un recordatorio del camino recorrido estos 9 años. A veces he tenido sueños en los que me estoy rasurando, y cuando alzo la vista al espejo me despierto. Lo he estado tomando como un presentimiento inconsciente, y será interesante ver qué rostro me espera del otro lado de la barba.

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